El Mono y su Plátano Dorado

Había una vez, en una selva tropical llena de árboles altos y coloridos, un mono llamado Tito. Tito era conocido por su habilidad para saltar entre las ramas más altas y por su obsesión con los plátanos. Para él, no había nada más delicioso que el sabor dulce y la textura suave de un plátano maduro. Pero Tito no era un mono cualquiera. Su curiosidad y su deseo de aventuras lo habían llevado a explorar los rincones más recónditos de la selva.

Un día, mientras Tito descansaba sobre una rama, escuchó a unos loros hablando de un plátano especial. Según ellos, se trataba de un plátano dorado, único en toda la selva, escondido en un lugar secreto al que nadie había llegado jamás. Se decía que este plátano no solo era el más sabroso del mundo, sino que también tenía el poder de conceder un deseo a quien lo encontrara.

“¡Un plátano dorado!”, exclamó Tito, emocionado. La idea de probar el mejor plátano del mundo y tener un deseo concedido era demasiado tentadora. Así que decidió emprender una aventura para encontrarlo.

Al amanecer, Tito tomó su pequeña mochila hecha de hojas y se preparó para su viaje. Antes de partir, les contó a sus amigos, los monos de la tribu, sobre su plan. “Es una locura, Tito”, le dijo Coco, su mejor amigo. “Esa historia del plátano dorado es solo un mito.” Pero Tito estaba decidido. “Si existe, lo encontraré”, respondió con una gran sonrisa.

Tito saltó de árbol en árbol, avanzando hacia el corazón de la selva. En su camino, encontró a un tucán que descansaba en una rama. “¿Sabes algo sobre el plátano dorado?”, le preguntó Tito. El tucán lo miró con curiosidad y respondió: “Dicen que está escondido más allá del río Esmeralda, donde los árboles cantan. Pero cuidado, pequeño mono, porque también hay peligros en ese lugar.”

Agradeciendo la información, Tito continuó su camino. Cuando llegó al río Esmeralda, quedó maravillado. El agua era tan clara que podía ver los peces nadando en el fondo, y sus orillas estaban llenas de flores de colores brillantes. Pero cruzar el río no sería fácil. Las corrientes eran fuertes y no había un puente a la vista.

Justo cuando estaba pensando cómo cruzar, apareció un cocodrilo. “¿Buscas algo, pequeño mono?”, preguntó el cocodrilo con una sonrisa que mostraba sus afilados dientes. Tito, aunque nervioso, respondió: “Necesito cruzar el río. Estoy buscando el plátano dorado.”

El cocodrilo rió. “El plátano dorado, ¿eh? He oído hablar de él. Te llevaré al otro lado, pero a cambio, tendrás que traerme algo especial de tu viaje.” Tito aceptó el trato y se subió a la espalda del cocodrilo, que lo llevó a través del río con cuidado.

Al otro lado, Tito comenzó a escuchar un sonido extraño. Parecía música, pero no provenía de ningún instrumento. Entonces recordó lo que había dicho el tucán: “Donde los árboles cantan.” Siguiendo el sonido, llegó a un claro donde los árboles parecían moverse al ritmo de una melodía. Era un lugar mágico.

En el centro del claro, vio algo que brillaba bajo la luz del sol. Tito se acercó lentamente, y ahí estaba: el plátano dorado, reposando sobre un pedestal de piedra cubierto de musgo. Su piel era de un dorado brillante, como si estuviera hecho de luz. Tito lo miró con asombro.

Cuando estuvo a punto de tomar el plátano, una voz profunda resonó en el claro. “¿Quién se atreve a tocar el plátano dorado?” Tito dio un salto hacia atrás, asustado. De entre las sombras apareció un gran jaguar, con ojos verdes que parecían brillar. “Este plátano no es para cualquiera. Solo aquellos con un corazón puro pueden llevárselo.”

Tito respiró hondo y respondió: “No quiero el plátano por egoísmo. Quiero compartirlo con mi tribu y hacer feliz a todos.” El jaguar lo observó por un momento, y luego asintió. “Si ese es tu deseo, entonces eres digno.”

Tito tomó el plátano con cuidado. Cuando lo hizo, una cálida luz lo envolvió, y el jaguar desapareció como si nunca hubiera estado ahí. Con el plátano dorado en mano, Tito regresó al río. El cocodrilo, al verlo, dijo: “Ese es un gran tesoro, pequeño mono. Ahora cumple tu promesa.” Tito sacó una fruta roja brillante que había encontrado en el claro y se la ofreció al cocodrilo. “Es la fruta de los árboles cantores. Es para ti.”

Satisfecho, el cocodrilo lo llevó de regreso al otro lado del río. Cuando Tito finalmente regresó a su tribu, todos lo recibieron con asombro al ver el plátano dorado. Tito explicó lo que había aprendido: “Este plátano es especial porque representa nuestra unión como tribu. Si compartimos nuestras aventuras y nuestros tesoros, siempre seremos felices.”

Esa noche, todos celebraron juntos. Y aunque Tito usó su deseo para pedir que la selva siempre estuviera llena de frutos para todos, lo que realmente hizo especial ese día fue su valentía y generosidad.

Desde entonces, Tito fue conocido como el mono más sabio y valiente de la selva, y su historia fue contada por generaciones.