
El Secreto de la Isla Perdida
Capítulo 1: El Mapa Misterioso
Diego, Clara y Martín eran inseparables. Desde pequeños soñaban con encontrar tesoros y vivir grandes aventuras. Por eso, cuando encontraron un viejo mapa en el desván de la abuela de Diego, supieron que no era un simple papel viejo.
—Miren esto —dijo Clara, señalando unas marcas extrañas en el mapa—. Parece un camino… y aquí hay un dibujo de una isla.
Martín frunció el ceño.
—Pero no hay ninguna isla cerca de aquí.
Diego, emocionado, sacó su lupa y examinó los detalles.
—Tal vez sea una isla oculta. ¡Tenemos que descubrirlo!
Esa misma tarde, llevaron el mapa al puerto, donde el abuelo de Clara, el viejo capitán Tomás, los recibió con una risa ronca.
—¿Así que quieren encontrar la Isla Perdida? —dijo, mirando el mapa—. Se dice que solo aparece en ciertas noches y que guarda un gran secreto.
—¿Qué tipo de secreto? —preguntó Martín, intrigado.
El abuelo Tomás los miró fijamente.
—Un tesoro… pero también un peligro.
Los tres niños se miraron. Sabían que no podían dejar pasar esta oportunidad.
—Llévenos, abuelo —pidió Clara con una gran sonrisa—. ¡Queremos descubrir la verdad!
El viejo marino suspiró y asintió.
—Zarparemos esta noche.
Y así comenzó su aventura.
Capítulo 2: La Isla que Aparece y Desaparece
El barco del abuelo Tomás, el Viento Azul, se deslizó por el mar bajo la luz de la luna. Los niños observaban el mapa, comparándolo con las estrellas, hasta que, de repente, la brújula comenzó a girar sin control.
—¿Qué está pasando? —preguntó Diego, sosteniéndose del mástil.
—¡Miren! —gritó Clara, señalando al horizonte.
De la nada, una isla oscura apareció frente a ellos, con enormes árboles y una playa de arena negra. Era como si hubiera surgido de la nada.
—¡Lo logramos! —exclamó Martín.
El abuelo Tomás atracó el barco y los niños saltaron emocionados a la orilla. Sin perder tiempo, siguieron las indicaciones del mapa y se adentraron en la selva.
Pero algo no estaba bien. A medida que caminaban, la isla parecía moverse a su alrededor. Árboles que habían visto antes aparecían de nuevo, como si estuvieran atrapados en un laberinto.
—Es como si la isla cambiara cada vez que damos un paso —susurró Diego.
De repente, escucharon un sonido extraño: un crujido entre las hojas. Al girarse, vieron una figura alta y encapuchada que los observaba.
—¿Quién eres? —preguntó Clara, intentando sonar valiente.
La figura se acercó lentamente y, cuando la luz de la luna iluminó su rostro, descubrieron que era una anciana con ojos brillantes y una larga túnica azul.
—Soy la guardiana de la isla —dijo con voz serena—. Han venido a buscar el tesoro, pero no es lo que creen.
Los niños se miraron, intrigados.
—¿A qué te refieres? —preguntó Martín.
La anciana sonrió y señaló un claro en la selva. En el centro, había un cofre de madera con inscripciones doradas.
—Ese es el tesoro que buscan. Pero tengan cuidado… solo los de corazón puro podrán abrirlo.
Diego, Clara y Martín se acercaron con cautela. Con un profundo respiro, Clara abrió el cofre.
Pero en su interior no había monedas de oro ni joyas, sino… un espejo antiguo.
—¿Esto es el tesoro? —preguntó Diego, decepcionado.
La anciana asintió.
—Miren bien. Este espejo muestra la verdad de quien lo observa.
Uno por uno, los niños se asomaron al espejo y, para su sorpresa, no reflejaba su apariencia normal, sino sus corazones. Vieron sus miedos, sus sueños y su verdadera valentía.
El abuelo Tomás llegó corriendo, preocupado.
—¡La isla está desapareciendo! ¡Debemos irnos!
Los niños tomaron el espejo y corrieron de vuelta al barco. Justo cuando subieron, la isla comenzó a desvanecerse en una nube de luz azul.
Capítulo 3: El Verdadero Tesoro
Cuando el Viento Azul llegó a puerto, los niños miraron el espejo con admiración. No era un tesoro común, sino un objeto mágico que les recordaría quiénes eran realmente.
El abuelo Tomás sonrió.
—No todo tesoro es oro o plata. Algunos son más valiosos que eso.
Los niños asintieron. Sabían que aquella aventura los había cambiado para siempre.
Desde ese día, guardaron el espejo en un lugar especial y, de vez en cuando, se asomaban en él para recordar que el verdadero tesoro estaba en sus corazones… y en las aventuras que aún les esperaban.