El sapo que soñaba con volar

En un tranquilo pantano rodeado de altos juncos y flores de nenúfar, vivía un sapo llamado Timo. A diferencia de los demás sapos, Timo tenía un sueño muy peculiar: quería volar. Desde pequeño, había pasado horas observando a los pájaros elevarse por el cielo, dibujando formas en las nubes. Le parecía mágico, algo completamente fuera de su alcance, pero que deseaba con todo su corazón.

Un día, mientras Timo descansaba en una gran roca junto al agua, vio a un grupo de golondrinas volar en perfecta formación. Se movían con tal gracia que el sapo suspiró profundamente.
—¿Por qué no puedo volar como ellos? —se preguntó.

Decidido a intentarlo, Timo comenzó a buscar maneras de cumplir su sueño. Primero, trató de saltar más alto que nunca. Practicó día y noche, impulsándose desde las rocas más grandes que encontró. Pero por más que lo intentaba, siempre terminaba cayendo al agua con un gran "¡plop!".

—Esto no funciona —dijo Timo, sacudiéndose el agua de la cabeza.

Al día siguiente, Timo tuvo otra idea. Observó cómo las mariposas y las libélulas revoloteaban con sus alas delicadas.
—Tal vez lo que necesito son alas —pensó.

Entonces, fue al campo y recogió hojas grandes y ligeras. Las ató a sus brazos con tallos de hierba, creyendo que serían sus nuevas alas. Con entusiasmo, subió a una rama alta, extendió los brazos y saltó. Por un breve momento, sintió que estaba volando, pero pronto las hojas se rompieron y cayó al suelo con un sonoro "¡paf!".

—Esto tampoco funciona —dijo con un gemido, mientras se levantaba.

A pesar de los fracasos, Timo no se dio por vencido. Construyó un pequeño planeador con palos y hojas, intentó ser llevado por el viento con un paraguas viejo que encontró, e incluso se dejó caer desde un árbol sujetando una cometa que había creado. Pero nada de esto lo hizo volar.

—Tal vez no nací para volar —susurró una noche, mientras miraba las estrellas desde la orilla del pantano.

Justo cuando estaba a punto de renunciar a su sueño, una suave voz interrumpió sus pensamientos.
—¿Por qué estás tan triste, pequeño sapo?

Timo levantó la mirada y vio a un gran pájaro posado en una rama cercana. Era un águila, con plumas doradas y ojos brillantes como el sol.
—Siempre he querido volar, pero no importa cuánto lo intente, nunca lo consigo —respondió el sapo.

El águila lo miró con curiosidad y luego sonrió.
—¿Quieres que te ayude?

Timo parpadeó sorprendido.
—¿De verdad? ¿Cómo podrías ayudarme?

—Puedes subir a mi espalda. Te llevaré tan alto como quieras, y podrás sentir lo que es volar.

El sapo se quedó sin palabras. Era la oportunidad que siempre había soñado.
—¿De verdad harías eso por mí? —preguntó, emocionado.

—Claro que sí. Pero prométeme una cosa: recuerda que el vuelo no es solo mover las alas, sino sentir la libertad en tu corazón.

Con cuidado, el águila bajó hasta el suelo y dejó que Timo subiera a su espalda. Cuando estuvo bien sujeto, el águila abrió sus enormes alas y despegó. Al principio, Timo cerró los ojos con miedo, pero pronto el aire fresco en su cara y la sensación de ascender lo hicieron abrirlos.

El paisaje era increíble. Desde lo alto, Timo podía ver todo el bosque, los ríos serpenteantes y los campos dorados bajo la luz del sol. Las montañas parecían pequeñas y las nubes, tan cercanas, casi podía tocarlas.

—¡Esto es maravilloso! —gritó Timo, riendo de alegría.

El águila voló en círculos, haciendo suaves giros y mostrando al sapo cada rincón del cielo. Timo nunca había sido tan feliz. Por fin estaba cumpliendo su sueño.

Después de un rato, el águila regresó al pantano y dejó al sapo en su roca favorita.
—Gracias, gracias de verdad —dijo Timo, con lágrimas de felicidad—. Nunca olvidaré esto.

El águila sonrió antes de alzar el vuelo nuevamente.
—Recuerda, pequeño sapo, que no siempre necesitas alas para volar